El inagotable aporte de uno de los mejores deportistas argentinos de todos los tiempos.
Por Marcelo Solari
Mientras quedaba suspendido en el aire, su mano izquierda se convirtió en una garra afilada que laceró el orgullo del desequilibrante James Harden. Le hizo “pelo y barba” desde atrás, con la tapa -dicen los que saben- más difícil de concretar, porque las probabilidades de cometer foul (o que los árbitros lo sancionen como tal) son muy altas.
Fue el cierre perfecto para una noche perfecta de un Emanuel Ginóbili “del pasado traído al presente”, tal como definió su actuación ni más ni menos que Gregg Popovich, el entrenador de San Antonio Spurs.
A punto de cumplir 40 años, el escolta bahiense regaló otra actuación para el recuerdo, para agigantar su leyenda de figura consular y respetada de la mejor liga de básquetbol del mundo, la NBA.
No hay manera fehaciente de comprobarlo, pero la presunción -acaso cargada de subjetividad- es unánime: Los Spurs no hubiera sido capaz de ganar ese quinto partido del play-off ante Houston Rockets sin Manu Ginóbili en ese nivel. Como locales, los muchachos de la espuelas ganaron 110 a 107 en tiempo suplementario y quedaron 3-2 en la serie. A un triunfo de llegar a otra final de Conferencia (hoy se jugará el sexto partido, desde las 21, en el Toyota Center de los Rockets).
No estaba el lesionado Tony Parker (afuera por lo que resta de la temporada) y se había torcido un tobillo el As de Espadas, Kawhi Leonard. Entre Danny Green, autor de 7 puntos en la prórroga, y el propio Manu se cargaron la responsabilidad al hombro.
En toda la temporada, el argentino nunca había jugado 32 minutos. El equipo lo necesitaba y él respondió como se esperaba. Incluso mejor. Convirtió 12 puntos (su mejor marca en la postemporada 2016/17) y los metió de todos los colores. Hasta hizo vibrar al AT&T Center con volcadas “in their faces” como si sus piernas tuvieron 15 o 20 años menos, además de capturar 7 rebotes y entregar 5 asistencias.
“No te retires nunca”, le pedimos los argentinos con el egoísmo que nos caracteriza, aunque sólo deberíamos agradecerle in eternum.De la misma forma le exigíamos jugar para el seleccionado sin detenernos a pensar en el Manu hombre y en su familia, más allá del jugador, ese gladiador capaz de oponerse -e imponerse- a los mismísimos molinos de viento, como si fuera un Don Quijote volador, ideado por Miguel de Cervantes Saavedra para estos tiempos modernos.
Pero esta vez no somos los únicos que lo pedimos. También el básquet del mundo implora por un año más. Al verlo así, todos quieren que siga. Salvo, quizás, sus rivales de turno. Y si no, que le pregunten a Harden.